UN AÑO DE UCRONÍAS EN EL CERRO LARRAÍN
Publicado por Planeta de Papel Ediciones, con Marcelo Beltrand como editor literario, Rubén pudo compartir ficciones en la Asociación de Jubilados Ferroviarios y Montepiadas de Valparaíso, rodeado de seres queridos, familia, amistades y afinidades que se reencontraban con vista al mar.
EL LIBRO
El año 2000 ya la internet estaba más popular, “cualquiera tenía una computadora”, señala Rubén Castro. “Ahí fue cuando empecé a tomar contacto con ex compañeros del liceo, e hicimos un taller literario. Todos los que habíamos egresado de sexto humanidades y de letras, organizamos este taller y empezamos a hacer cuentos cortitos, de cinco páginas, diez, veinte. Nos dábamos un lapso de tiempo para escribir”.
“Pasamos del correo al Facebook, y el director del taller un día me dice que tengo pasta para la escritura, me incentivó a escribir más, buscar un tema y desarrollarlo. Recuerdo que en esos años había leído un libro de un autor americano de ascendencia japonesa, El hombre del castillo. Era de un género que es muy poco conocido, se llama ucronía, que es tomar un hecho histórico e irlo torciendo a tu criterio, a tu manera, y así entregar una versión distinta de la Historia. Esa es la Ucronía. Y entonces, dije yo, bueno, voy a tomar el 11 de septiembre, y empecé a desarrollar la novela”.
EL LANZAMIENTO
Xiomara Irarrázaval, una de las primeras lectoras del libro, comparte: “Rubén es el primo de mi tía Chela. Me mandó el libro hace harto tiempo ya, porque quería la opinión de un público más joven. Lo leí, es bien entretenido, te agarra rápido, no se anda con tonteras, parte al tiro. Lo que más me llama la atención es que habla de él, una persona que conozco. No pensé que había vivido todas esas cosas en dictadura, y todas las fantasías que evoca, es como estar en una película de acción que uno no se imagina que una persona tan cercana pueda tener en su interior”.
Lilia Castro, presidenta de la Asociación de Jubilados Ferroviarios y Montepiadas de Valparaíso, de la Sociedad de Socorros Mutuos Ferroviarios y de la Federación Provincial Mutualista de Valparaíso, hermana de Rubén, comenta que llegó al mutualismo por su padre, quien también fue dirigente, tesorero en específico. “Él me llevaba a la Sociedad para que le hiciera el aseo, para que fuera a ayudarle. Yo llevo la vena de mi padre de dirigente social, me encanta estar con la gente, hacer reuniones, me encanta”.
“Mi padre me inculcó el mutualismo. El presidente no manda, el presidente dirige, yo tengo que escuchar un montón de opiniones diversas, no todos estamos de acuerdo siempre, podemos tener muy buenas ideas, pero si alguien no las considera buenas, respetamos las diferentes opiniones, eso es lo que me gusta a mí”. Para ella el mutualismo es la ayuda recíproca, apoyarse unos a otros. Reconoce a Micaela Cáceres de Gamboa como la primera mutualista de esta ciudad puerto.
Sobre el libro opina: “Mira, no es porque sea mi hermano, pero yo me leí el libro, porque me lo mandó por correo. Es un libro que te atrapa, al final tú dices: ¿Y si hubiera pasado esto? Cambiando el contexto histórico, mi hermano convirtió el relato en una utopía, te hace creer que pudo haber pasado, pero lamentablemente no fue así. En ese tiempo todo eran mentiras, que había armas, que era una guerra civil, eso nunca pasó. El libro despierta la esperanza de lo que pudo ser y no fue, revolucionarios luchando por la vida de Allende y de todos los chilenos”.
Rosa Zúñiga Fuentes es nacida y criada en el Cerro Larraín, “cerquita a nuestro gran vecino y escritor, Rubencito. La verdad es que me equivoqué en leer la invitación, porque esto era a las seis y yo llegué a las siete. Por lo que me he dado cuenta, y por lo que dice el libro, creo, estoy casi segura, que todo esto retrata algunas cosas, y muchas, del período tan amargo que vivimos en dictadura. Yo sé que mi amigo sufrió harto, hemos conversado muchas veces sobre su pasar en ese tiempo. Me siento muy contenta de poder acompañarlo en estos momentos donde él ha lanzado su obra que ha hecho con tanto cariño”.
“Les cuento una anécdota tan especial que me pasó el otro día. Como él está en Estados Unidos y me mandó una invitación, yo me imaginé que el lanzamiento iba a ser online. Cuando llega el día lunes, mi nieta dice que tocan la puerta, que era un caballero. Vi a Rubén y casi me caigo de espaldas. A lo mejor él va a ser la entrada a la publicación de mi hija Natalí, que hace tantos años también escribió su libro de poemas. Le deseo los mejores augurios a Rubencito, que Dios lo acompañe, y aquí estamos, apoyándolo a él”.
EL AUTOR
“Rubén Castro fue un cura que llegó a ser rector de la Universidad Católica. Ahora, ¿por qué mi padre me puso ese nombre? Me imagino que habrá sido en función de la fama que tenía el cura. A pesar de que mi papá era anticlerical; como buen radical, no soportaba a los curas”, comparte Rubén. “Así son las contradicciones. Tuve mi primaria completa en un solo colegio y secundaria también. Fui muy aplicado, sin ser sobresaliente”.
“Empecé a estudiar Pedagogía en Castellano. He leído libros que no tienes idea, leíamos cerca de cuatro libros semanales y solo de uno teníamos que exponer el día viernes. Eso hasta el 10 de septiembre. El 11 se cerraron todas las universidades”.
En 1975 Rubén pudo retomar sus estudios, “fui y me encontré con que todos los profesores que me hicieron clases ya no estaban”, y se enfrentó a la desigualdad social en el aula. Partió haciendo clases en un colegio católico, donde no pudo continuar por ser de izquierda. Después hizo clases en Rodelillo, “yo tenía conciencia de lo que era la pobreza, pero estar viviendo con ella o estar compartiendo con ella todos los días fue terrible”.
La sensibilidad por las miserias que vivían algunos estudiantes le generaron mucho malestar. “Un amigo me ofreció trabajo en una agencia de aduana. Ponle tú, yo ganaba, qué sé yo, 500 pesos de esa época, y en la agencia de aduana, sin saber absolutamente nada, empezaba a ganar como 1500. Tuve que sacrificar mi vocación”.
De los colegios a las aduanas y de las aduanas se pasó a la música, cosa de familia dada a la guitarra. Tuvo una estancia en “Los Andariegos”, un grupo folclórico, y después en “Los Ángeles Negros”, cuando tuvo salir de Chile en plena crisis económica por la liberación del dólar en 1982, la UF iba subiendo de acuerdo a la IPC, muchos negocios se fueron a quiebra y perdió su trabajo aduanero. ´
En Argentina se volvió el vocalista de reemplazo de Los Ángeles Negros, hasta ser el principal durante unos años. “Grabé con ellos un disco, que eran doce canciones, o trece o catorce, no recuerdo cuántas. Y salió en el Perú, salió en Ecuador, en Venezuela. Y ahí empezamos a hacer giras. Hicimos una gira en Nueva York, en un club colombiano en el condado de Queens. Imagínate, yo en dos o tres años ya andaba en esos escenarios. Después fuimos a Miami y volvimos. Grabamos otro disco, hicimos más giras, hasta que me quedé en Bolivia con mi señora e hija de un año. Si bien es cierto que la vida artística trae cosas lindas, a veces uno es como un marinero, y cuesta establecerse emocionalmente”.
En Bolivia, como el ’97, decidieron comprar una gasolinera con su señora. Iban pagando en cuotas y el negocio rendía, hasta que a fines de un período de gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada se privatizaron los yacimientos petroleros bolivianos, que hasta entonces eran estatales.
“Antes todas las gasolineras eran unipersonales, me refiero a que eran de familia, los Pérez eran dueños de esta gasolinera, a lo mejor tenían dos, qué sé yo, los Castro ya tenían otra, así era. Entonces, cuando entran estas multinacionales, empezaron a copar el mercado de tal forma que, o te entregabas a una multinacional, o te hundían en la miseria. Decidimos vender y nos fuimos a Estados Unidos”.
Allá empezó a trabajar en una compañía que hacía muebles de joyería, y la vida lo reencontró con sus compañeros a través de Internet. Su aporte, a más de cincuenta años del golpe, es esta novela, que enciende esa emoción que a veces parece apagadita, una esperanza local, territorial, barrial, la colaboración y el cariño en la comunidad, en donde las vecinas y vecinos de los cerros de Valparaíso nos podemos reconocer. El libro sigue disponible en la Librería Crisis. Queda solo uno, para quien llegue a tiempo.
Comentarios
Publicar un comentario